Navarra es solvente. Lo acreditan las agencias de calificación y el éxito de sus emisiones de deuda pública. Aunque el endeudamiento ha tocado techo y la tesorería casi ha tocado fondo. Ocupamos el puesto 12º (sobre el PIB) y 15º (sobre el volumen total de deuda) en el ranking de endeudamiento autonómico. Consolador y estúpido juego de las comparaciones. Los datos son escalofriantes, según informe de Comptos al Parlamento Foral. El volumen total de deuda del sector público de Navarra -datos del Gobierno, del resto de entidades públicas y los peajes en la sombra- alcanzó en 2015 los 3.322 millones de euros (658, en 2000). Solo el endeudamiento del Gobierno se multiplicó por cuatro en ese período (especialmente a partir de 2008; las cuentas del año anterior se cerraron con superávit), y la mitad de esos 2.845 millones debe amortizarse antes de 2020. Asimismo, la cantidad de dinero que la Administración Foral tiene que pagar por intereses y amortizaciones se ha duplicado (de 178 a 415 millones). De cada 100 euros del Presupuesto, 11 se destinan a soportar la carga financiera. Sobre los ingresos corrientes del Gobierno de Navarra, el volumen de deuda representaba el 87% en 2015 (31%, en 2000), a 4.442 euros por habitante. Navarra no genera recursos para hacer frente a su deuda, es imprescindible una gestión eficaz -“la autonomía en la gestión tributaria de los ingresos, los beneficios fiscales o el Convenio con el Estado”- y, sobre todo, romper la dinámica de endeudamiento en la que sigue enrocada. La responsabilidad de gobierno de esos años recae en UPN y su anexo el PSN. Hemorragia de inversiones. Hipoteca bestial. Ni rigor ni prudencia. Otra gestión temeraria y desastrosa abocó a la desaparición de Caja Navarra. A los pocos meses de la fusión por absorción, la presidenta Barcina hizo de telonera del presidente de CaixaBank en el acto de investidura de ambos como doctores honoris causa en la USIL de Perú. Lastre y lustre.