Pies blancos, peludos, finos, con juanetes. Esto es lo que esperaba encontrar en Semana Santa. En playas, jardines y sobre los adoquines y breas de nuestras calles más creyentes. Pies desfilando con cadencia militar bajo el dobladillo de túnicas impolutas que levantan una brisa suave a ras de suelo. Sólo los perros y los niños la sienten, por eso se asustan al paso de las procesiones, porque perciben que algún espíritu mortificado se escapa de esas faldas sólidas como fortalezas medievales. Pero en Bilbao la tradición se está olvidando de su nombre y se va alineando con ese pragmatismo tan contemporáneo. La cofradía de Begoña, patrona de la villa y del resto de Bizkaia, ha dado un paso adelante y se ha calzado. “La salud es un don de Dios que se debe cuidar salvo en estados de necesidad o fuerza mayor” ha sentenciado su presidente. Sabiduría. Pudiendo no, ¿para qué exponerse a que cualquier inmundicia que haya sobrevivido al ímpetu de las máquinas barredoras se te introduzca por una grieta del pie y te provoque una infección que te desinfle la pasión sacra? “Aguantar a la junta directiva es mucha más penitencia que salir descalzo”, añadió el hombre. Además de sabiduría, sentido del humor. Pero no se quedó ahí. Sustituyamos expiación por entrega. Esta hermandad ha propuesto a los miembros que hasta ahora estaban obligados a ir a pie desnudo (justo los que tienen un papel más ligero en el asunto, cargadores del paso, portadores de estandartes y jefes de fila opositores a guardia de tráfico) que corten ya las cadenas que les muerden los tobillos y, si les escuece la conciencia, que pasen un rato con un abuelo o con un enfermo que no tengan quien les mime. ¡Felices procesiones!