Edimburgo, 1996. El proceso de paz había dado sus primeros pasos en Irlanda del Norte. Tres años antes una bomba del IRA había matado a la mujer y el suegro de un pescatero que tenía su negocio en Shankill Road, calle de marcado espíritu protestante en el oeste de Belfast. El IRA calificó de “trágicamente erróneo” un atentado que supuso la muerte de 10 personas, incluido uno de los suyos. La bomba estalló antes de tiempo. El pescatero se quedó viudo y su hija, huérfana. Pasó muchos meses manifestándose ante las sedes del Sinn Fein que podrían haberse convertido en muchos años. Pero dos palabras bastaron para sanarle. “I apologise”. Se las dijo un miembro reconocido del Sinn Fein. “Pido disculpas”. Punto. Sin justificaciones, ni contexto sociopolítico ni demás morralla intelectual. Y eso le sirvió.
Nanclares de Oca, 2011. Nace algo histórico, los encuentros restaurativos. Presos de ETA desvinculados de la banda aceptan sentarse cara a cara con víctimas. Y hay víctimas que deciden colocarse en esa silla. La gelidez pétrea del febrero alavés comienza a descongelarse.
Gernika, 2017. Este martes los descendientes de un comandante de la Legión Cóndor alemana y de uno de los pilotos que bombardearon la villa han abrazado a Luis Iriondo, superviviente de aquel terrible ataque aéreo. Se han emocionado. Los tres.
Hendaia, julio de 2017. Se cumplen 30 años desde que el GAL mató a su última víctima, Juan Carlos García Goena, un joven objetor de conciencia. Su viuda, Laura Martín, sigue esperando que Felipe González, o Rafael Vera, o alguien hable con ella y le diga quién lo hizo. Y que lo siente. Punto. Sin justificaciones, ni contexto sociopolítico ni demás morralla intelectual.