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Disimulo

La cualidad de ambigua es una de las que ha de poseer la persona encargada de la portavocía del Gobierno. La ambigüedad crea confusión y demuestra falta de coraje. María Solana lo demostró esta semana con motivo de la visita de la efigie de San Miguel de Aralar al Palacio de Navarra. El Santo peregrina a cientos de localidades, iglesias y entidades navarras. A Pamplona llega el lunes siguiente a la Semana de Pascua, con agenda intensa. La presidenta, un vicepresidente y dos consejeras lo recibieron y despidieron con honores en el zaguán del edificio oficial, a los acordes del Himno de Navarra interpretado por la Banda de Trompetas y Timbales. La capilla acogió una eucaristía. La Capilla de Música de la Catedral interpretó varias obras. Como la celebración de actos religiosos en recintos públicos rechina en la sensibilidad ciudadana de un Estado aconfesional -los ritos confesionales corresponden a su ámbito comunitario y al credo privado-, la portavoz precisó que “no es un acto organizado por el Gobierno de Navarra”, sino que el Ejecutivo pone la capilla a disposición de la Cofradía del Ángel. Por tanto, “se abre la capilla y el acceso a Palacio a toda persona que lo desee”. Pirueta dialéctica. Vaselina comunicacional. Juego de despiste. Barkos quiere mantener la tradición de recibir en sede oficial al protector celestial de Euskal Herria. Es su decisión, pero que no disimule. Ni controle fotos expresivas de los políticos asistentes a la misa. Ni de su beso al relicario. El recorrido de la efigie incluye otras dependencias y servicios, incluso donde no hay capilla que ceder. El Gobierno es organizador y ha de reconocerlo sin dobleces. La Historia refleja cancelaciones temporales de la visita a Palacio. Y más boato en el ceremonial, con traslado en procesión desde la Catedral. Si llovía, Diputación ponía un coche. Y misa oficiada por el capellán del Gobierno. Ahora, por el párroco de San Nicolás. Servicio externalizado.