El pasado sábado se llenaba la plaza nueva de Bilbao de ciencia. Ciento y pico proyectos desarrollados por alumnos de Secundaria y Bachillerato formaban una inusual feria: la ciencia en ese escaparate abierto a la ciudadanía, contada por chavalas y chavales. Ellos habían convertido durante estos meses una pregunta, una duda, en una verdadera investigación científica, buscado la información, formulado hipótesis, diseñado y realizado experimentos, analizado los datos... Y ahora presentaban sus conclusiones con una maestría que, espero, no se les olvide nunca, menos si se deciden a estudiar una carrera y sufrir el desapego de esta sociedad hacia su vocación.
Me pareció, triste, que los adultos mirábamos de manera un tanto condescendiente a esos jóvenes científicos, porque no comprendíamos lo fundamental: que ellos son quienes acaso nos salven del desastre, quienes a pesar de la desidia de las políticas de este país y del desinterés social por lo que estudien, harán el mundo un poco mejor. La Fundación Elhuyar ha hecho una vez más posible esta feria, de la mano de muchas instituciones que apuestan (apostamos) por llevar la ciencia y la tecnología a las aulas, de fomentar las vocaciones de los adolescentes y de apoyar las iniciativas que intentan no solo que las carreras científicas no queden desiertas sino que la inversión que nunca llega lo haga y se haga de forma inteligente para apoyar proyectos más allá del beneficio económico o político. Esas alumnas y alumnos, esas profesoras y profesores que les han acompañado y ayudado saben lo importante que es cada pequeña acción en el mundo de la ciencia. Si la feria ha servido para afianzar el gusto por conocer el mundo, por valorar la ciencia, habremos logrado mucho. Enhorabuena a quienes lo habéis hecho un año más posible.