No suelo hacer excesivo caso a quejas por las redes con motivo de los temas que trato (y cómo lo hago) en esta columna. Normalmente dicen que expreso mis críticas de forma negativa y no positiva (pasaré por esto sin mencionar ningún entrenador futbolista pero el chiste viene servido) y que con ello lo único que hago es descalificar. Por supuesto, los 1.800 caracteres de esta homilía semanal se quedan muy cortos para un tratado que desmonte con razones las sinrazones que alegremente venden charlatanes y mercachifles. Suelo, en mi blog, añadir posteriormente enlaces con estudios sólidos que me permiten sustentar lo escrito. Por ejemplo, cuando digo que lo de la antenofobia está basada en mentiras (interesadas) es porque la mayoría de estudios a lo largo de decenios muestran que las ondas electromagnéticas no causan los males que nos venden. Que, por el contrario, la investigación apunta a una enfermedad mental por un lado y, por otro, a un montaje que solamente conduce a tener miedo y a equivocarnos. Lo dice la OMS; pero la OMS no vale, dicen, que están vendidos. Claro que cuando la OMS dice algo que les conviene no se quejarán. Y es que no quieren dirimir la duda razonable de la ciencia, sino asir aquello que les ancla en su creencia. Por supuesto, la ciencia no puede afirmar de forma absoluta que cualquier tecnología es “sana”, porque no hay tal cosa en el mundo. Tampoco las cosas naturales son en el fondo menos tóxicas o venenosas por ser naturales, no lo olvidemos. Ni podemos decir que aunque ciertamente conspiren y busquen el lucro por encima de cualquier otra consideración, las farmacéuticas sean el Mal. Y las farmacéuticas homeopáticas tampoco podrán ser menos malas por estar diluidas sus pastillas. Ya sé que esto no les gusta a muchos. Y sé que ofende, aunque no insulte a nadie. Así somos.
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