Dentro de unas semanas actuarán en un hotel de Pamplona un par de consumados timadores: dicen ser médiums capaces de hablar con almas de los muertos, cobran por un espectáculo en el que pretendidamente hablarán con personajes del más allá, contando estupideces y obviedades a los ingenuos parientes que hayan pagado 30 euros para precisamente dejarse engañar. Me dirán entonces que no hay tal timo, que ellos crean una ficción en la que los clientes se dejan seducir. Puro teatro, al fin y al cabo, porque todos están de acuerdo. Sin embargo, a menudo los asistentes crédulos son gente que echa de menos a algún familiar o ser querido, a quienes esos euros parecen magro peaje por volver a conectar. Más de un juez ha fallado en situaciones similares, cuando un médium ha desplumado a alguien con promesas del más allá y luego éste, arrepentido, ha intentado recuperar su dinero, que no hay engaño, porque nadie en su sano juicio podría caer en el mismo. Otros dirán que al fin y al cabo las religiones, tan respetables, ofrecen igualmente engaños análogos, que algunas requieren mucho más dinero y diezmos de sus seguidores en el más acá, que incluso condicionan sus vidas más que estos encantadores Ana y Andrés, los médiums que conectan con ese más allá “trabajando en sintonía” (como dice la publicidad). Ella se hizo famosa en la tele, en programas que además de hacer publicidad mostraban un engaño tan patente que ni siquiera la tramoya televisiva podía ocultarlo. Solo la estulticia, la voluntaria entrega de quienes, en el fondo y como hemos dicho muchas veces por aquí, desean ser engañados. Y no es que sean falsos médiums, son de los mejores, porque nunca un médium hizo otra cosa que engañar e inventar. Y eso desde hace dos siglos, el timo del más allá y las sesiones mediúmnicas. Cómo somos, carne de timador.
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