Es subir la temperatura diez grados y volvernos locos. Lo noto incluso en la isla. Hasta en este ecosistema de natural armónico hay especies que, superados los 35 grados, desvariamos sin remedio y nos convertimos en seres iracundos, irritables? idiotas, sin más. Ayer mismo me engorilé con unos apacibles foráneos porque habían dejado su elefante en mi plaza de aparcamiento. Y no tengo coche, así que? sumad. En Georgia, esa tierra atlántica de la que un día brotaron mi querido Michael Stipe y el resto de REM, la Policía buscaba esta semana a una pareja con hija quinceañera porque los tres juntos, en un quórum admirable con criatura adolescente, habían dado una paliza a la dueña de un restaurante. Normal. El pollo estaba frío y las patatas, contadas. Si después hubieran dado fuego al garito y salido con paso firme entre las llamas, Oliver Stone ya tendría secuencia de arranque para otro Asesinos Natos. En mi querida tierra natal la gente no va tan lejos. El calor también les reblandece las neuronas, pero menos. Lo justo para hacerles llevarse de la iglesia de Igúzquiza unas campanas de bronce de 200 kilos. No habrán sudado, los pobres. Pero también hay quienes consiguen sobreponerse al trastorno estival y pensar. El Gobierno de Navarra, por ejemplo. Va a pedir a Instituciones Penitenciarias que levante las medidas extraordinarias de separación y aislamiento en que mantiene a los tres jóvenes detenidos por los sucesos de Alsasua. Medidas desproporcionadas para unos hechos que la Audiencia Provincial de Navarra no considera constitutivos de terrorismo. Historia pedregosa, esta? A ver si Interior logra tener también la cabeza fría. ¡Feliz verano! Nos vemos a la vuelta.