a veces, la patria fatiga de un modo metafísico y trascendental. Y este es (me temo) uno de esos momentos estelares. Estaba yo enfrascado en estas delicadas reflexiones, cuando he visto una entrevista que le hacían a Ferlosio con motivo de su 90 cumpleaños, en la que recuerda con admiración una viñeta de El Roto que dice: “No soy patriota, el patriotismo me da claustrofobia.” Ferlosio, hijo de falangista: escribió hace años un ensayo argumentando que la madre de la patria es la guerra: daba algunos ejemplos de cómo se enciende y alimenta lo que denomina “el funesto fuego fatuo del patriotismo”. De todas formas, si hay algo que hace deplorables a las patrias son los patriotas, no me digan que no. “La canalla es patriota”, dijo Stendhal hace ya casi dos siglos. Y ejemplos nunca faltan. Aunque tampoco me extrañó mucho leer en una encuesta reciente que solo un 21% de españoles estaría hoy en día dispuesto a defender la patria en caso de guerra. Pero la patria te viene dada y tienes que apechugar con ella, quieras o no. Y me da la impresión de que la cuestión de la patria se vive muy a menudo como un estorbo. O como una carga. O como un foco de ansiedades y mal humor. El bueno de Bierce (cuya lectura recomiendo a cuantos padezcan obturaciones en el aparato dogmático) definió el patriotismo como una “basura combustible dispuesta a arder para iluminar el nombre de algún cretino ambicioso”. Lo escribió hace más de cien años pero no pierde actualidad. En fin, para bien o para mal, he leído a demasiados escritores degenerados y descreo de las patrias con una indiferencia digamos que poco cordial. En especial cuando se ponen solemnes y cachondas y entonan himnos y salmos. Cosa que últimamente parece que se está poniendo de moda otra vez. Por desgracia.
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