Nosotros, aquellos chavales que nos criamos viendo al pediatra fumar en su consulta, al conductor en la villavesa, al profesor del instituto en clase y a muchos de nuestros familiares adultos apagar el último pitillo del día en el cenicero que tenían sobre la mesilla; nosotros empezamos a fumar siendo unos críos. No merece la pena volverlo a recordar, pero el tabaco era tan normal en aquella sociedad que las tiendas de chucherías nos vendían los cigarrillos de uno en uno.
Luego supimos que este hábito, además de caro y obsesivo, es un error y un peligro cierto para nuestra salud del que es muy difícil escapar. Pero muchos lo han logrado, algunos para siempre, otros por un tiempo más o menos largo y porque se puede conseguir es una buena idea que el Gobierno de Navarra apueste por ello y financie algunos medicamentos que favorecen dejar el vicio. Con la farmacología, la tasa de abandono del tabaco alcanza hasta el 20%, un nivel muy por encima del que se logra a pelo. Claro que siempre ha de existir un trabajo previo de concienciación, ese momento en el que vemos claro que ni uno más. Lo sé porque para mí aquel día llegó hace unos tres meses y en ello estoy, también con ayuda y con la férrea convicción de no volver a caer. Se pasa mal, pero se puede.