Trump empieza a ser el malo de esas películas horrorosas de Marvel en las que un jerifalte autócrata y absurdo somete a la población mundial a vejaciones cada vez más arbitrarias, lo que hace que todo el mundo respire aliviado cuando llega el superhéroe. Lo que pasa es que en la realidad el villano estúpido no tendrá rival. Porque los superhéroes no existen, algo que habría que recordar a la gente cada vez más partidaria de un mundo pueril y maniqueo, con enemigos que solo las grandes batallas podrán salvar. Lo más terrible es que entre todos hemos creado esta realidad estúpida que lo mismo llena de gatitos las redes sociales que de odio fascista las calles. Por eso Trump intentando que no existan los transexuales o los emigrantes negándoles carta de ciudadanía y derechos, alterando el lenguaje público para minusvalorar las pruebas científicas o metiendo ideología antiabortista en donde debería haber información sanitaria no hace sino cumplir ese guion estúpido que, en el fondo, sus palmeros (los que le llevaron al poder) estaban felices de leer. Porque la política se vive con un paquete enorme de palomitas y un refresco con sobredosis de azúcar.

Y lo que más miedo da es que realmente lo que pasa por aquí no es en esencia diferente. Simplemente aquí a los guionistas de la astracanada les pagan menos y la producción es simplemente más cutre. De esta forma los villanos quedan un poco cómicos, pero el odio que intentan convocar en el público es el mismo: que muera la inteligencia, en el fondo, la crítica. Y valedores no les faltan, porque como decíamos en la cosa pública todo vale si podemos hacer una pancarta a favor o en contra o prohibir alguna palabra, o rescatar un artículo de la constitución para justificar el ataque.