¿Son preocupantes las Fake news? ¿La verdad está en crisis? ¿La subjetividad y la ironía del lenguaje coloquial han intoxicado los medios de comunicación? Basta de preguntas insidiosas. Año tras año por estas fechas, los editores de los Diccionarios de Oxford buscan la palabra cuyo uso ha aumentado más en los últimos doce meses. La palabra del año en 2017 ha sido Fake news (noticias falsas): por algo será. Si existe la palabra, existe el concepto. Y no solo eso: de algún modo, simboliza el momento que vivimos. El año pasado, la palabra ganadora fue Post-truth, traducida como posverdad. Se supone que la posverdad es la crisis de la verdad. Aunque a lo mejor la verdad estaba necesitando una crisis, claro. En una época en la que periodistas y políticos han comprobado el poder de seducción de los discursos subjetivos, la eficacia de apelar a los aspectos emocionales y lo agradecido que resulta dirigirse solo a los afines, la supuesta verdad objetiva de los hechos pierde relevancia: “¿La verdad? ¿Qué verdad? Lo que yo veo, lo que yo creo, lo que yo siento: esa es mi verdad”. Y eso, en cierto modo, lo hemos dicho todos alguna vez. Luego además está la corrosiva ironía contemporánea. La ironía siempre ha estado ahí, claro, pero últimamente ha invadido los medios. Si se puede ironizar acerca de todo, cualquier presunta verdad intocable es ya, precisamente por el mero hecho de serlo, un poco más fácil de ridiculizar. ¿El odio a la prensa y las fake news de Trump son posverdad? Supongo que lo son. En la era Trump cada cual puede elaborar su propio titular: pero acto seguido tendrá que atenerse a las consecuencias. No creo que ahora seamos más incautos o más manipulables que hace, por ejemplo, treinta años. La verdad objetiva y oficial siempre ha estado en manos del poder. Que dejara de ser así no me parecería del todo mal. La realidad fluye.
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