Sinsabores de la política. Esparza tuvo que revelar el ingrato silencio de la presidenta Barkos: UPN ha dado “un apoyo discreto desde el punto de vista político” a la negociación del Convenio Económico. Exigente ante el PP para que hubiera acuerdo y antes de fin de año. Un prestidigitador: transforma la sumisión a los cálculos del Estado y el reproche al Gobierno de Barkos por el ajuste en la última aportación, en medalla al mérito justiciero. Los diputados Alli y Salvador se batieron como gladiadores en el hemiciclo del Congreso hasta doblegar la resistencia del ministro Montoro. Y eso que tenían el ánimo algo decaído porque el Navarrometro negara a su líder el certificado social de “carismático”, hundido al fondo de la valoración ciudadana. Apoyo de UPN a Barkos porque “era lo mejor para Navarra”. Como haber multiplicado por cinco la deuda pública (3.767 millones de euros) en sus últimos ocho años de gobierno, con casi cien millones anuales en intereses. Como la hipoteca pendiente de 2.850 millones en peajes en la sombra, método de financiación de obra pública. Como la herencia ruinosa del Navarra Arena. Como la desaparición de CAN, bien aprovechada para dietas opacas y prebendas a afines. La megalomanía del hormigón y la expansión financiera, incluida oficina en Washington a metros de la Casa Blanca. Nada autocrítico con la gestión pasada de los “especialistas en Navarra”, Esparza saca pecho: “La única inversión importante que se va a hacer en Navarra en 2018, ha sido posible gracias a UPN y pese al cuatripartito: 121 millones ya licitados del TAV, que se comenzarán a ejecutar”. El presidente regionalista resume criterio (“UPN ha intentado poner sentido común, aportar y sumar”) y consecuencias (“En aquellos asuntos donde UPN puede influir, Navarra sale ganando”). Y un corolario: “UPN va a seguir demostrando que desde la oposición se puede construir Navarra”. Reconocimiento explícito de que es donde va a seguir. Amén.