Un par de vocales y un tiempo verbal lo cambian todo: Podemos/Pudimos. Decepción en un electorado sensible y volátil, enojado con rivalidades personales, desatinos políticos y alguna zafiedad institucional. En política, las oportunidades excepcionales son contadas. Un hartazgo colectivo -tardío y contundente- estalló en movimiento social y facilitó la configuración de esta alternativa, precozmente competitiva. De izquierda radical, según sus impulsores; populista, según sus detractores. Su fulgurante implantación sorprendió a los propios promotores y descolocó a los instalados en un confortable y conformista bipartidismo. Cuando no cómplice. Tanto que apenas hubo tiempo para organizar estructuras municipales. Esas oportunidades históricas hay que mimarlas para consolidarlas. El cambio en Navarra fue posible por el descalabro del PSN -quebrado su carácter de bisagra determinante que siempre abría hacia la derecha- y por la irrupción de Podemos, que activó abstencionistas de izquierda y atrajo votos de socialistas decepcionados, además de la recluta de cabreados sin ideología definida. Cosecha suficiente, aunque algo corta con respecto a las entusiastas expectativas demoscópicas. La creación de Podemos Navarra, acogida con frialdad por la izquierda abertzale, contrarió a algunos de los dirigentes nacionales por la tendencia vasquista del grupo ganador en el proceso fundacional. Las peculiaridades periféricas se perciben como un incordio para las conveniencias globales. Los círculos, mejor concéntricos que tangentes. La visita de Errejón no consiguió arrimar el ascua a la otra sardina. Esa tensión subyace en las divergencias internas. Trasladar lo asambleario a lo institucional es complicado. Asumir que el liderazgo real corresponde a las bases, también. La notoriedad personal es un peligroso contaminante de actitudes. Bronca gorda en el año clave de la legislatura del cambio. Aun con apaño, habrá escarmiento. Muy merecido.
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