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Plazas

Hay plazas vacías desde el día que nacieron, construidas en zonas alejadas de todo o expuestas a las inclemencias del tiempo, nunca han conseguido el favor de los ciudadanos y hay otras tan concurridas que los consistorios sintieron la obligación de regular su uso prohibiendo a los niños jugar en ellas. Ahora, al menos en Burlada, han tenido la feliz idea de intentar que chavales y mayores aprendan a convivir y, de nuevo, pelotas, bicicletas y patines ruedan por un suelo del que nunca debieron salir.

Hay plazas a las que en ocasiones se acerca tanta gente que debieran dar número para organizarlas. La Plaza del Castillo es ese salón al que acudimos en tropel a sentarnos en cuanto sale un rayo de sol y el tradicional término de muchas manifestaciones, hasta el punto que es costumbre medir la fuerza de una convocatoria por la cantidad de concentrados alrededor del kiosko.

También hay plazas tan amadas como necesarias para conocer el verdadero pulso de la ciudad. La del Ayuntamiento es mundialmente famosa por un chupinazo pero, sobre todo, se trata de una encrucijada que en menos de una semana es capaz de acoger por igual el emotivo clamor contra la transfobia social y a miles de pamploneses deseosos de recibir a la cantante ganadora de un programa de televisión.