No existe mucho cadmio en el mundo, apenas una parte en diez millones en la corteza terrestre. Existe por ejemplo en fosfatos que se usan como fertilizantes para la agricultura, luego asimilados por las plantas. Por eso, los vegetarianos reciben más cadmio, y también los fumadores, ya puestos. Lo malo es que el cadmio es tóxico para el ser humano, como otros metales pesados. Daños en el hígado, disfunciones renales e incluso algunos tipos de cáncer. Dicen los estudios avalados por la Unión Europea que el cadmio que nos llega al cuerpo está en el límite razonable para que no pase nada raro. ¿Se puede hacer algo? Como sin hacer nada ya tenemos una cantidad de cadmio en el cuerpo que sería bueno no aumentar, las recomendaciones europeas apuntan a métodos para que esta dosis disminuya. Por criterios de precaución, de esos que a menudo dictan las normativas.
Para disminuir el cadmio en las plantas y animales que comemos, lo mejor es actuar sobre los fertilizantes: hay que emplear fosfatos con menos cadmio. Parece lógico, pero esta cuestión es la que genera un problema: una parte importante del fosfato llega a Europa desde África, del Sáhara Occidental. ¿A que han oído hablar de Bu Craá, aquellas minas que incitaron a Marruecos a la invasión de lo que había sido colonia española (precisamente para usar esas minas)? Lo que pasa es que esos fosfatos tienen demasiado cadmio. Y habrá que usar otros, de Finlandia y Rusia, por ejemplo. Y eso pone un problema a la empresa de fertilizantes para la que trabajaba la ministra actual de agricultura antes de su actual empleo. Y principalmente por eso España se opone a la nueva regulación, aunque quizá alguien debería usar un criterio de precaución contra corruptelas como esta. Claro que en eso hay que reconocer que nuestro gobierno actual es todo un experto.