A mí me dan miedo las letras del reggaeton, las mujeres asesinadas, los ataques homófobos o que un chaval de 16 años te diga que “una llave que abre muchas cerraduras está guay, pero que una cerradura que se abre con muchas llaves es muy chunga”. Me preocupan mucho los cuentos de princesas que necesitan príncipes azules y que las chicas acudan en masa a estudiar enfermería, educación infantil, trabajo social y todas las carreras de cuidar, en general, y que haya pocas ingenieras, y no me gusta que los hombres lleven a sus mujeres a cenar o a al cine y que ayuden en casa.
Todas esas cosas me preocupan bastante más que ver los términos heteropatriarcal, masculinidad hegemónica o juegos eróticos infantiles en el programa de educación Skolae.
A la Iglesia no le ha gustado nada este programa, como cabía de esperar, y ataca en contra de lo que considera la imposición de la ideología de género. No es nuevo. Munilla, el obispo de San Sebastián, por ejemplo, ya decía hace tres años que “lo políticamente correcto, finalmente convertido en ley, se identifica con la ideología de género, que tiene en su agenda la deconstrucción del matrimonio y la familia”. Y como él, otros muchos obispos y mandamases.
El género y el sexo de las personas no es lo mismo. El género es el papel culturalmente asignado al varón o a la mujer, algo que se construye. En este sentido la Iglesia también tiene su propia ideología de género, que lleva siglos imponiendo, y que establece relaciones de sumisión de la mujer frente al varón, pieza clave en el sistema capitalista actual. Sinceramente, puestas a elegir, prefiero esta nueva ideología de género que, por lo menos, se basa en la igualdad de las personas.