Intoxicaciones
A mí que una familia inglesa declare que ha vuelto intoxicada de Benidorm no me sorprende. Aun siendo una denuncia falsa, como leí esta semana, resulta perfectamente factible. Pasé allí una quincena veraniega familiar cuando tenía 10 años y Benidorm muchos menos rascacielos que ahora, y ya entonces el ciudadano británico que no se desplomaba en Urgencias esperando una B12 para remontar un coma etílico, se ventilaba cinco jarras de sangría no necesariamente artesana vociferando el himno de su equipo, o se levantaba estratos de piel ya pasados por la plancha solar mientras pedía la tercera paella. Todos los turistas ingleses amantes de este tipo de Mediterráneo no son así, desde luego, y los tiempos y los hábitos han cambiado y tal y cual. Pero las intoxicaciones continúan, las alcohólicas, las solares, las alimentarias... Y las informativas y políticas. En aquellos mismos años 80 en que Benidorm se perfilaba como el paraíso posible de la clase obrera, entre los titulares diarios comenzaron a asomar confidentes que también eran narcos de poca monta y terminaron reconvertidos en mercenarios. Sus declaraciones se entrecruzaban sosteniendo o contradiciendo las de comisarios de Bilbao, altos cargos policiales o de la Guardia Civil y representantes de la seguridad del Estado en aquella pirámide del horror que fue el GAL. A mayor inmersión en las arenas movedizas de las cloacas, más sucio es el aire y más apretada la red tejida por informaciones interesadas, falsos testimonios, ocultaciones, manipulaciones y falta de investigación policial. Este mes se cumplen 24 años de un asesinato, el de Santi Brouard, cuyas responsabilidades políticas nunca se han depurado y las cloacas siguen escupiendo basura. Ahora es el excomisario Villarejo el que libera ratas envenenadas midiendo el intervalo y la cadencia entre una conversación grabada y la siguiente. Riesgo de intoxicación alto.