Humores
Dani Mateo tiene un bar en Malasaña y se ha sonado la nariz con la bandera española en el prime time de El Intermedio. Lo segundo ha influido bastante en el devenir de lo primero. Sí, se trataba de un sketch. Pero para entenderlo así, no digo para considerarlo ingenioso, apropiado, pobre o gratuito, es necesario estar en posesión de esa mercancía que cada vez escasea más, sentido del humor. Hay quien el día que se repartió le pilló durmiendo y se ha dedicado a hundir la reputación digital no sólo de su negocio, sino del de otro caballero que puso el mismo nombre a su bar, también es casualidad? En cuestión de horas el periodista y cómico ha presenciado el crecimiento de la bola de nieve en las redes sociales en sentido doble y esquizoide, abundantes críticas a degüello y unas cuantas adhesiones a muerte, todo simultáneamente, en un mismo tiempo y espacio, como suele ser. ¿Y si los guionistas hubieran elegido la senyera? ¿O la estelada? ¿O la ikurriña? ¿O la del pueblo en el que le gusta veranear? ¿O la de Finlandia, donde quizá vivió una novia suya que le abandonó antes de colonizar vía Erasmus el Born de Barcelona y contribuir a transformarlo en coto impagable? ¿Habría derivado en conflicto político local, nacional o internacional? No tengo ni idea. Sí sé que la línea entre provocar la risa liberadora y la ofensa flagrante puede llegar a ser tan fina que dejamos de verla. Y que además, esa línea no es fija, cada cual la empujamos con distinta intensidad hacia uno de los dos lados. Comparto la idea de que poner puertas al campo del humor no es sano. Incluso cuando cuesta, cuando se ríen de mí, de mis santos valores, manías, criterio o insultante falta de criterio, esto va a días. Piensa que siempre podría ser peor? Podría estar pasándote a ti...