En los ochenta, en Puerto Rico, donde muchos cubanos dirigían empresas y paseaban cochazos, algunos nativos trataban de emular su modo de hablar ejercitándose con la boca llena de canicas. En Andalucía, anteayer, una política tiró de biografía para impostar el deje gaditano en una visita a domicilio donde sólo faltaron Jorgito Borrow con sus biblias y Jesús Puente con sus consejos amorosos. Y es que hay quien falsea el acento para parecer más y quien lo hace para parecer menos. No sé si me explico.
Para mí es pecado venial que alguien se disfrace de lo que aún no es o, peor, de lo que ya no es. Allá cada cual si prefiere meter tripa. Provoca, eso sí, una mezcla de compasión y vergüenza ajena ese empeño en mostrar que uno es de Tauste o Tuzla de toda la vida, como si tuviera mérito -de algún sito hay que ser-. A tal efecto hay gente capaz de añadirle el -ico incluso a la palabra hocico, convertir la erre en una motosierra, redoblar a Eugenio y su pitillo, calzarle un tronco a una discusión sobre átomos o, en fin, torturar a la lengua para que confiese una cuna real o adquirida. El hombre desciende del mono, salvo el argentino, que desciende de los barcos. Y Borges era un genio casi suizo.
Lo grave es que el ombligo influya tanto en la pugna ideológica, que hayamos pisado hace ya medio siglo la luna y que en la tierra aún nos vendan las Chochonas con eso de que yo compartí piojos con tu abuelo. La sufriente madre a la que se dirige Inés Arrimadas quizás supere el cáncer de laringe, pero no será porque le receten dosis de ozús y pishas. Eso si no se trata de una actriz asturiana con una simple caries.