En el país más odiado, los anuncios callejeros de Alcohólicos Anónimos se publican en hebreo y ruso. La lengua de la perra Laika no es oficial ni la más común, pero los trabajadores y voluntarios de esa organización saben, como lo sabe el peatón, por qué la eligen para ofrecer ayuda. Ningún Ateneo de Amigos de Chejov ha protestado, y quizás algún adicto al vodca agradezca la cercanía del mensaje. Aquí sería imposible: alguien saltaría afirmando que se estigmatiza a un colectivo, que hablantes de farsi también le dan al trago y que si no lo hacen tienen derecho a hacerlo hasta la inconsciencia. ¿O es que los que susurran en latín no beben vino?
Me viene esto a la cabeza al ver la reacción ante el asesinato y violación de una chica en Huelva. Tras un acelerón en el que se acusa al machismo del atroz suceso, se impone el frenazo cuando uno intenta escudriñar esa maleza inconcreta. Y es que el canalla, amén de ser hombre, pertenece a una etnia donde quizás a la mujer se le trata peor que en otras; y es un reincidente recién salido de la cárcel, acaso necesitado de rehabilitación social y sexual; por ser, era incluso politoxicómano cuando cometió sus horrendos delitos.
Cabe argüir que todos bebemos, ya seamos de Minsk o de Kabul, vamos, que lo único que define al criminal Bernardo es su condición de varón. Podemos, pues, vender soluciones y lanzar imprecaciones en esperanto sobre el sexo masculino, y así manchamos a lo grande, que es el modo más cómodo de no ofender a lo pequeño. Curiosamente nunca somos tan generalistas con otros que portan crucifijo, que si salen pederastas nunca lo son por ser hombres, sino por ser curas.