Navideña
Es lo que toca por estas fechas, con o sin lotería, con o sin los tuyos en casa, con o sin cena de empresa o de cuadrilla, que viene a ser lo mismo, con el agua al cuello o en el piraucho de la fortuna. Navidad de la peña familiar, apretada, alborotada, y a veces reñidora, y Navidad del Robinson urbano que en su barrio de fuerapuertas va a al súper y se compra un langostino congelado (dos si el año ha sido bueno) para cenar y para despiporre de la cajera, cuando le ve aparecer con su bolsita en la mano, porque es un clásico, como el Olentzero.
Hay otras soledades menos graciosas. Meten miedo. A algunos de esos solitarios forzosos, por excluidos, es posible que las últimas medidas del Gobierno con respecto a los alquileres de viviendas les den un respiro. ¿Se acabará el aluvión de desahucios? Antes eran por no poder pagar los créditos hipotecarios, ahora por impago de alquileres. A cientos? más de 130 diarios. ¿Qué hay de los fondos buitres? Eran, como los lumpen de la extrema derecha rojigualda, cuatro gatos o leyendas urbanas, hasta que han ocupado un espacio en el panorama que es imposible eludir. Unos están amenazando los derechos y libertades conquistados en el actual sistema democrático y otros alterando el acceso y disfrute a un derecho protegido, es un decir, por la Constitución. Unos apoyan de manera ruidosa la derogación de leyes como la de memoria histórica o las de género, y la supresión de autonomías; otros convierten el acceso a la vivienda en un negocio abusivo sin paliativos, cuyo futuro es una incógnita.
Es más fácil censurar y arremeter, que encomiar, aportar y sostener algo, un logro social cualquiera, una idea ajena que no está mal, porque en este segundo caso siempre parece que te están pagando, o lo que es peor, que esperas que lo hagan. El afán de justicia es irrenunciable, pero el no ensombrecerle la vida al prójimo más de lo que ya la tiene, también. Entre Leoncio y Tristón, empiezo a preferir a Leoncio. Andar disfrazado de profeta de los malos tiempos puede ser muy satisfactorio, por las grandes posibilidades que tienes de acertar, pero también muy cargante a la postre. Compartir banquete con amantes del tenebro y de los apocalipsis de bolsillo tiene poca gracia, por mucho que en lugar del agua nueva, corran las aguas servidas de la vida pública. Deja para mañana el dislate de un tribunal que avala el que un ayuntamiento condecore el bulto de una virgen. Los tiempos son turbios, demasiado, y señalar lo evidente solo sirve para pedir otra ronda, no para conseguir unas formas de gobierno de verdad laicas.
Como otros años, me asomo al Sermón de Navidad, de Robert Louis Stevenson, ese que invita a felicitarnos por estas fechas por no haber sido peores y a salir de este bosque, si no podemos dejarlo más limpio de cómo lo encontramos, por lo menos no más sucio. Tal vez no lleguemos a cambiar gran cosa de la borrasca general en la que vivimos, ni con nuestros votos ni con nuestras palabras, pero no es imposible poder cambiar algo en nuestro ámbito más inmediato.
No es fácil, la tentación del derrotismo es demasiado fuerte, y lo que hoy pienses, animado por el espíritu navideño, los tragos y los polvorones, mañana está más que olvidado. Hoy toca el too er mundo e güeno y mañana la navaja. Hoy toca el chinguelbel y mañana el berrido o el sordo gruñido del vivir a cara de perro. Navidad, Navidad? No estoy con quienes la aborrecen, aunque me abrume la bulla y el clima de consumo delirante, ese en el que todo parece poco; pero el puritanismo de censurar la alegría del prójimo me es cada vez más antipático. Es donde más repulsivo me resulta Pío Baroja, en su puritanismo con las costumbres ajenas? Deje a la gente en paz, hombre, que pifa, pues que pife, que se atiborra de polvorones y de marisco de Castilla, pues hasta que cante el gallo, que se dan abrazos de Judas, pues a ti qué te va, tú qué sabes además. Tú, a lo tuyo, Joshemari, y si puede ser de buen humor, mejor que mejor.