Temiendo que le adelanten los cruzados, el PP -Pónganse Patriota- ha defendido estos días la tauromaquia, la caza, la Semana Santa, el árbol navideño y hasta el belén, “seña de identidad de nuestro país”. Su secretario general ha afirmado que los suyos se sienten orgullosos de dichas tradiciones, “y al que no le guste, que se aguante, porque nosotros somos españoles”. Ahora más que nunca, ha añadido, es hora de defenderlas. Yo ignoro por qué justo es ahora esa hora, pero sí sé dos cosas: la primera, que me acabo de acordar de Xuxa; la segunda, que jamás he sufrido menos al suspender un examen, en este caso de pertenencia. Por fin me han rebajado a repetidor chiquistaní.

Quede claro que no tengo nada contra la política ni contra la antropología, pero al saltar juntas a la pista forman una peligrosa pareja de pogo, ese baile tanganero donde ni el mirón sale indemne. Cuando un ideólogo se compra el traje regional, tarda muy poco en mancharlo. Y, cuando un traje regional ciñe al ideólogo, pronto se arrincona la ley para adorar la paella. Pues lo chungo no es amar la copla ni seguir a Milton Friedman, sino obligarnos a comprar el doble lote bajo una oscura amenaza: si no lo haces serás o un ciudadano demediado o un demediado costumbrista. Y, si es así, te aguantas.

La identidad es un juguete virtual o asunto filosófico que en manos de demagogos puede convertirse en una real amenaza. De eso aquí sabemos bastante. A menudo se parece al camión de Spielberg o al último Jagermeister, que empieza con un chiste y termina echándote al arcén. Resumiendo: que no soy más español por comer las doce uvas ni menos por no comerlas. Pesaos.