la anciana estaba sentada en una butaca. Llevaba una bata gruesa sobre la ropa y se abrigaba con una manta. Posaba la mano izquierda sobre la parte superior de un radiador portátil con la misma placidez afectuosa que utilizaría para posarla en el lomo de un perro si lo tuviera, un animal querido y confiable cuyo calor informa de alianzas, fidelidades. La imagen era poderosa. La anciana no estaba enfadada ni su tono fue reivindicativo. Con tranquilidad y escuetamente contó que vivía con menos de 400 euros al mes. Dijo que tenía suerte porque tenía tres o cuatro mantas y en la cama no pasaba frío. La vi a la noche en el Telediario de La 1. Su presencia ilustraba una noticia sobre pobreza energética (expresión que trata de acotar una pobreza a todas luces mayor, sin calificativo recortador) y la labor altruista de unos alumnos de FP de Electricidad con cuya intervención se había mejorado la eficiencia energética en 45 hogares de Madrid, entre ellos el de la anciana. Bien por los electricistas, pero pasma la desproporción entre la magnitud del problema y la dimensión de la intervención. Ahora dudo cuál era realmente la noticia. El caso es que seguí mirando y llegó la información del tiempo. La meteoróloga informó cumplidamente del frío que se había instalado en la Península para inaugurar el invierno, de las mínimas y de las máximas. Lo hizo con un vestido de manga corta. Nada extraño, es lo habitual. No sé qué temperatura hay en un plató, pero hay una especie de ley no escrita que prohíbe a las conductoras de programas adecuar su atuendo a la estación del año. En la televisión siempre es verano o primavera bien entrada. Pensé que era como informar sobre el hambre comiendo en una mesa bien surtida.