Con su tono altanero habitual Yolanda Barcina decía ayer que la gente le preguntaba por Pamplona, asombrada, que a ver a qué venía ahora a declarar sobre unos hechos ocurridos hace ya más de diez años. La verdad es que no aportó nada a la investigación del oscuro asunto de Caja Navarra, pero su visita sí que debería tener un efecto revulsivo en estos momentos convulsos en los que el Cambio está siendo torpedeado desde dentro y desde fuera. Al verla ayer ahí, tan tiesa y sonriente, me vinieron a la mente, además de sus dietas exprés de hasta 5.000 euros en una sola mañana, muchas de las instantáneas que nos dejó el antiguo régimen en Navarra durante las cuatro décadas de la democracia: las excavadoras tirando el Euskal Jai, 55 jóvenes detenidos, ocho condenados, más excavadoras llevándose por delante las termas romanas que guardaba la plaza del Castillo en sus entrañas, las multas a los desfiles de los Olentzeros, las cargas policiales de los agentes hormonados de Simón Santamaría, los mil y un ataques al euskera, el PAI, los privilegios al Opus, la santa madre Iglesia y el Ejército, las obras faraónicas, las alfombras rojas para los reyes de España, el olvido sistemático de los del bando que perdió la guerra, de los que pierden todas las guerras? Todo esto que ha empezado a cambiar en esta legislatura, puede que no sea sólo una estampa del pasado. En las elecciones de mayo nos jugamos mucho y por eso no entiendo, no puedo entender, cómo desde Aranzadi, desde Podemos, desde Orain Bai o desde el Gaztetxe Maravillas no le dan más importancia a afianzar el Cambio que a sus objetivos particulares, legítimos en muchos casos, pero no vitales ahora.
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