El fuego ha apagado las hogueras. Están las cosas como para ir hoy a Gallipienzo o a San Martín de Unx y hablar a los vecinos de los mitos de la noche de San Juan y del efecto purificador de las llamas. De montar una pira de maderas y de saltar por encima de las brasas. Bastante han sorteado en estos días las trampas de unas llamaradas que pueden rodearles al menor descuido. Por eso me parece muy acertada la prohibición del tradicional acto en unos días en los que cualquier chispa prende en la vegetación seca y animada por este viento juguetón que nos acompaña termina abrasando todo lo que pilla a su paso. Los bomberos están ahora para lo que están y no hay que tentar a la suerte ni correr riesgos innecesarios; también dicen que tiene un efecto purificador el bañarse a la luz de la luna, pero no creo que los socorristas de las piscinas tengan ganas de hacer horas extras. No se puede jugar con el fuego. Es más, en las localidades que comienzan a celebrar sus fiestas patronales sería conveniente revisar cómo se lanzan los cohetes que dan inicio a los festejos, incluso la quema de fuegos artificiales. Está la piel de la Tierra muy sensible, irritada diría yo por el calor exagerado, los efectos de la sequía y teñida del rastro negro con la que la van cubriendo los restos de los incendios. Son estos tiempos de excesos: de temperaturas disparadas para el momento de la estación, de tormentas copiosas que en pocas horas provocan desbordamientos de ríos e inundaciones en zonas urbanas, de nevadas sorprendentes capaces de bloquear la actividad de una gran urbe… Esto lo resolvían antes los paisanos apelando a que “el tiempo está loco”. Ahora la ciencia tiene otros argumentos, una bola de cristal tecnológica en la que ven el futuro sin margen de error. Por ejemplo, el portavoz de Aemet avisó ayer que el verano meteorológico tiene ahora seis semanas más que en los años ochenta, que se esperan temperaturas que serán medio grado más altas de lo habitual y más olas de calor. Esto no tiene marcha atrás. El año próximo, si el tiempo y la autoridad lo permiten, volverán las hogueras y quizá sea el momento de lanzar al fuego el egoísmo de una sociedad que ha confundido el progreso con la autodestrucción.