Galleó el presidente de la Cámara de Comercio delante de María Chivite: “deseo que la socialdemocracia (PSN) y el centro-derecha (UPN) navarros vuelvan a encontrarse para resucitar la colaboración entre ellos, como ya lo hicieron en las épocas más brillantes de nuestra historia reciente”. El metete sabrá mejor que nadie de lo que habla cuando se refiere a ese tiempo tan goloso, pero probablemente confunda deseos personales con realidad política. Lo que sí avala plenamente a Taberna es saberse figura paradigmática de esas pasiones económicas y mediáticas que son a las que pretende servir Esparza con su decisión de desligar a su partido de cualquier compromiso que no sean sus inconfesables intereses. Que vuelva el régimen, la idea de que el único modelo factible para Navarra es el que excluya el vasquismo, por una parte, y facilite el negociete de algunas élites, por otra. Para ello, hay que soldar la indefectible unión entre estos dos socios, anular las alternativas, y dejar que cristalice la geoda en la que lo mismo medrarán cívicos que ugetistas. Quienes aún albergan la esperanza de que ese unicornio político vuelva a volar no quieren ver que el PSN ya ha tomado una opción que es irreversible, la de poner en juego sin exclusión todas sus posibilidades de pactos para desempeñar el poder. Por eso, el ferviente deseo de Esparza es que EH Bildu crezca y supere en escaños a los socialistas, creyendo que de esa manera se verán obligados a elegir entre él y el abertzalismo. Tanto lo necesita que se ha convertido en el principal agente electoral de los que dice denostar, mentándolos venga a cuento no, convirtiéndolos en el único punto de su programa y cebando un frentismo que cree le va a llevar a destino.

Aunque en el tablero político previsible para mayo la añoranza por recuperar esos tiempos de gloria a los que se refería el trujamán parece una distopía, hay un elemento desconocido que todo lo podría trastocar. Es la comida en Madrid a la que Bolaños y Cerdán, los más cercanos lugartenientes de Sánchez en partido y gobierno, convidaron a Esparza. Algo trascendente se debió acordar ante aquellos manteles cuando el de Aoiz ya está pagando su parte del trato. Ha expulsado a sus dos diputados, un precio descomunal, y ha soltado las amarras que tenía con sus socios PP y Cs. Como en la mejor tradición de la mafia siciliana, primero hay que demostrar qué se está dispuesto a hacer y luego te dejan entrar en la familia. En esas está el proyecto político del otrora llamado regionalismo, hoy ambicionando míseramente que los socialistas tengan a bien tratarle como a un Revilla cualquiera. Ese cartel lisérgico en el que se nos presenta al líder diciendo “las decisiones aquí, ni en Bilbao ni en Madrid” debería llevar un asterisco explicativo: “salvo que en Madrid puedan decidir que me nombren algo”. De manera que la propuesta política de UPN ya está clara: no tenemos nada nuevo que ofrecer, no nos pidan ideas, ni coherencia, ni ambición por mejorar nada, ni proyecto; lo que nos importa es ver la manera en la que nos dejen pasar de nuevo a Diputación, aunque sea por la entrada del servicio. A esto se llega cuando todo lo decide un gañán que ha de hacer lo necesario por apurar su última oportunidad, evitar a toda costa que tras un nuevo fracaso deba volver a la tiza. Por todo argumento dice tener una encuesta, y como única justificación opera el principio de que en la ambivalencia se podrá revivir la gloria política. Desliza la especie de que Feijóo ya no le cogía el teléfono, que le iban a pedir una lista a medias, y que en solitario podrá captar socialistas descontentos. Como si fueran referente de centralidad.

UPN y el PP ya han agotado todas sus modalidades de entendimiento electoral. A lo largo de décadas han probado especies como el pacto foral (subsumidos los nacionales en los regionales), la coalición (en las generales de 2011) o la plataforma conjunta bajo bandera neutra (Navarra Suma). Habría que hacer como en la pareja rota, no solamente formalizar el divorcio sino intentar desligarse de las rémoras psicológicas en beneficio de la capacidad de obrar de las partes. La oportunidad para los de Feijóo es mayor de la que tal vez ellos mismos cavilan. Cada vez que se oye a regionalistas o plumillas palmeros que son “hegemónicos en el espacio del centro-derecha” surge la oportunidad de demostrar que lo mismo pensaban los de Unidad Alavesa.