Estuve el martes unas horas de charleta con unas simpáticas gentes en la Biblioteca General y a la que cogí la villavesa de vuelta y entré en casa me enteré de lo del relator, de la manifestación de la derecha contra el diálogo en Cataluña y de la presencia de UPN en dicha manifestación, todo en uno y todo de golpe. En esta era, te desconectas tres horas de eso que llaman rabiosa actualidad -que tiene mucho más de rabiosa que de actualidad- y te pierdes un par de guerras civiles y cuatro o cinco barbaridades de los macarras Rivera, Casado, Abascal y del tamborilero Esparza, que se ha sumergido de cabeza en esta corriente de la Hª en la que la derecha y la extrema derecha son un todo y unos y otros pugnan como alimañas por dar dentelladas al espacio electoral y a todo lo que se mueva, por supuesto a la democracia la primera. Porque la democracia no va con ellos, el concepto de que en la vida y en la historia hay que entenderse hablando y negociando y dialogando no va con ellos. No iba con ellos cuando quien lo decía era Ernest Lluch y se lo gritaba a los asesinos de ETA en la cara -ese mismo Lluch que una vez asesinado beatificaron, claro- porque a esta gente hablar le viene grande, sencillamente, aunque bajo manga y no tan bajo manga también lo hayan hecho cuando ostentaban el poder, con ETA, con Cataluña y con quien hiciera falta para mantenerse en el poder, que es lo único que les mueve. Cuando son otros los encargados de tratar de salir de los tapones que se forman en los problemas, cuando los nudos se aprietan tanto que hay que darle a la imaginación y a lo mejor de cada uno para tratar de aflojarlos, la derecha siempre se comporta igual: torpedeando todo y pretendiendo dar lecciones de integridad, honestidad y firmeza. La izquierda actual está justica, mucho, pero las cabezas visibles de la derecha española de hoy día son la peor ralea conocida desde el 75.