España está lleno de cabrones y cabronas, de hecho hay cientos de miles de españoles y españolas más dispuestos a romper España, comer niños para desayunar y ponerle impuestos a Amazon -hace falta ser cabrón y mala persona: ¿cómo va a pagar Bezos el divorcio de su mujer si le ponemos impuestos?- que los que no: las personas de bien que votaron en contra de la investidura de Sánchez. Los buenos, como suele pasar, son menos que los malos. Esto en Navarra ya lo sabíamos porque Sanz en su día nos dividió en navarros de bien y no de bien y luego Maya en pamploneses normales y los que no. Lo curioso es que, siendo más los malos, los buenos quieran seguir conviviendo con los malos bajo un mismo ordenamiento jurídico, realidad institucional y, en definitiva, país, con su rey y su canesú, por supuesto. Bueno, algunos si pudieran eliminarían de la Constitución aquello que no les conviene y añadirían lo que se adapta a sus esquemas -ya hay voces que piden un 5% de voto para poder sacar escaño al Congreso, con lo que te cargas a todos los partidos locales, catalanes incluidos-, pero no parece que quieran echarnos del territorio, sino más bien someternos. Cuando la realidad no se ajusta letra a letra a lo que la derecha considera que tiene que ser, la derecha patalea, exabrupta y maniobra, aunque esperemos que no sean maniobras marciales esta vez, mucho sería, a estas alturas. Pero tienen querencia no ya solo por mandar y que sea todo como ellos dicen -sin diálogo posible, es la llamada unidad indisoluble del pensamiento, no hay nada que hablar, sobre nada- sino en que haya gente, mucha, que lo padezca, que lo acabe tragando y que, por agotamiento y adaptación, hasta termine votándoles. El famoso obrero de derechas. Su existencia siempre es culpa de la izquierda. Y en esto los de la izquierda hay que reconocer que hasta ahora han sido muy malos. A ver si esta vez espabilan.