levo la semana regular, para qué engañarnos. Se supone que los que escribimos en periódicos estamos para analizar u opinar o algo así pero esta semana tengo algo así como el bajón de la fase cero. Estoy hasta los cojones de la fase cero. De la cero, la uno, la dos, el puto coronavirus, la desescalada, el confinamiento, la nueva normalidad -hay que ser anormal para llamar normalidad a no poder abrazarse ni tocarse, eso es un castigo, nunca puede ser normal- y de eso que Cortázar llamaba "ablandar el ladrillo". A nivel personal, no tengo nada de lo que quejarme, más allá del tedio y la repetición, pero me asustan y deprimen cosas. Me asusta imaginar que mi hijo no se cuándo jugará tranquilamente con sus amigos o sus primos, que quizá no puedan ir como siempre al colegio -lo de la educación on line está bien para lo que está, los niños donde aprenden a vivir y a conocerse y conocer es en el cole, jugando- y -también esto mucho- me asusta imaginar en qué se puede quedar el comercio, la hostelería, la industria, el transporte público, tantas cosas. Me deprime, más bien. Sé que esta sensación de tobogán y de montaña rusa es generalizada entre toda la población y recurrente, pero esta semana al menos hasta que escribo esto -a veces hay que escribirlo para soltarlo y que te deje en paz un tiempo- me está machacado un poco más de la cuenta las sienes. Quizá tiene que ver el hecho de que se van abriendo cosas, de que salimos ya algo a pasear, a hacer deporte, de que vemos ya a nuestros mayores por la calle. Pero, tal vez por ver eso pero de una manera tan artificial y esquemática, tan silenciosa incluso, me resulta casi aún menos natural que el confinamiento casi absoluto. Sé pasará, seguro, y si seguimos siendo sensatos, con la distancia, las mascarillas -hay que llevar más- y la higiene esto irá a mucho mejor, pero a días cuesta. Ya estoy mejor. ¡Buena semana!