omo es normal, en todo este tiempo desde marzo no ha habido casi día en que no hayamos leído o escuchado la frase "pues hoy debía de haber sido" u "hoy tendría que haber comenzado". Hoy empezaba el Tour de Francia. En Niza, con dos etapas nerviosas antes de ir hacia el interior, mucha montaña y solo 36 kilómetros contra el crono y además en una cronoescalada. Pues no empieza el Tour, con lo que por vez primera desde 1946 no va a haber Grande Boucle en julio -se celebrará, si todo va bien, de finales de agosto a 20 de septiembre-, una prueba que se comenzó a televisar en España en directo en 1983, en la última semana de carrera y gracias al éxito de aquel equipo navarro llamado Reynolds, un 20 de julio de 1983, en la etapa de Morzine en la que Delgado cedió 20 minutos cuando iba a 1 minuto de Laurent Fignon en la general y en la que Arroyo tuvo contra las cuerdas al líder francés hasta La Colombiere. Bien, pues nada de esto va a haber, vamos a pasar julio como 1982 o incluso como 1946. Vamos, yo apenas recuerdo un julio sin Tour en televisión y ya muy pocos habitantes sobre el planeta recordarán bien cómo fue su verano de 1946 sin noticias de la carrera gala, puesto que no había. Para mi julio es río, la hierba de la montaña secándose y volviéndose amarilla, calor, moscas y el Tour. El Tour, la etapa del día, las clasificaciones, el perfil del día siguiente, la ilusión de la espera, los disgustos, las alegrías, las discusiones, las declaraciones, esa etapa de montaña que empieza a las 11 de la mañana o 12 y que te tragas entera casi sin pestañear feliz como un bebé, incluso de este ciclismo tan medido y no excesivamente vistoso como el que tenemos en la última década en el Tour. Estuve una vez cerca del puerto de Niza en una pequeña fábrica artesana de caramelos. Si me puedo comer el caramelo del Tour en agosto, daré por bien empleado este julio vacío.