a verdad es que no estaba muy preparado para encontrar a mi tía muerta en la cama puesto que era la primera vez que eso me pasaba y la primera vez que tenía que llamar a mi hermano y este a su vez a nuestra hermana y a nuestros primos y a toda la gente que tanta es que quería a nuestra tía, que estaba en la cama tranquila, en la misma posición en la que solía dormir, lo que nos hizo, aunque un poco, minimizar algo la pena, con la creencia de que murió sin enterarse, de un perrenquillo rápido, sin sufrir, dormida, mi madrina, mi tía, nuestra tía, nuestra segunda madre, la mujer que tan importante fue en nuestras vidas durante más de medio siglo o casi, algo cansada ya de vivir, aunque aún joven para lo que se estila, ante nuestros ojos, que se negaron durante años a que ese cansancio fuese definitivo, allí, relajada por fin, por fin sin miedo a la enfermedad y al dolor, luego en el tanatorio tan guapa como era ella, como cuando la alegría y su capacidad de disfrutar podían más que los fantasmas y los vacíos que todos tenemos dentro, cuando las virtudes que fueron muchas y muy claras podían a los defectos y a los errores, esos que también -y también ella- todos tenemos. Allí, en su cuarto, una mañana de domingo, en el mismo espacio en el que años atrás estaba el cuarto de estar, encima del mismo suelo en el que nos tumbábamos a ver la película del sábado por la noche mientras la abuela hacia jamón frito para cenar y la tía asaba manzanas y el abuelo se reía y nos llamaba tunantes o perillanes o esas palabras que hace casi 40 años que no oímos. Nunca dejas de ser ese niño o niña pequeña que está tumbado en ese suelo y en ese cuarto viendo una peli rodeado de personas que van a ser en tu vida casi casi tan básicas y permanentes como lo son tu padre y tu madre. Tuvimos suerte. Ella creemos que también. Gracias por tanto amor tía Jaulis. Descansa.