stoy terminado de leer la autobiografía de Woody Allen, A propósito de nada. Es vibrante a ratos, melancólica, sugerente, larga, excesivamente precisa en ocasiones, soñadora, cruel, brutalmente honesta, despiadada, divertida. La foto de la contraportada es de 2019 y la fotógrafa es Diane Keaton, la maravillosa actriz que fue pareja de Allen algunos años en los primeros 70 y que es su íntima amiga desde entonces. Keaton fue una de las personas que no se apartó de Allen cuando hace unos años volvió a surgir el caso de supuesto abuso sexual a su hija adoptada Dylan cuando ésta tenía 7 años. Como millones de personas, admiro a Allen por sus películas y no tendría problema alguno en considerarle un ser despreciable si me demuestran lo contrario. Vale para Allen y para todo el mundo. El asunto es que, en este caso concreto, que data de 1993, toda la historia, la cronología de los hechos, los participantes, los informes, los análisis, el sentido común, la lógica, conduce a lo mismo que condujeron las pesquisas policiales y sanitarias entonces: no hubo ninguna clase de abuso. Para que se sitúen: Allen habría abusado de su hija adoptiva de 7 años en mitad de una visita pactada de sus abogados y los de Mia Farrow, con cuya hija adoptiva -Soon Yi Previn, entonces de 22 años. No era hija adoptiva de Allen, ni jamás vivieron juntos, porque Allen y Farrow jamás vivieron juntos ni se casaron- había comenzado una relación sentimental. Vamos: te lías con la hija adoptiva de tu novia y siendo eso conocido de todos ya y en mitad del huracán legal y familiar abusas de tu hija adoptiva y la de Farrow en una visita concertada, en casa de Farrow y llena de personas. Cuando menos surrealista, ¿no? Allen arremete con dureza en el libro contra Mia Farrow. No sé la verdad, solo la sabe él. Pero recomiendo leer todo lo posible antes de ir por la vida de boicoteador de nadie.