s en cierta forma lógico que haya quien crea que toda esta masa de gente que está muriendo de covid a fin de cuentas es gente que iba a morir por una u otra causa en breve. Lees edades y la mayoría son 81, 82, 86, 91, 94, 97 años. Alguno de menos, sí, pero ya es como si nos hubiésemos hecho a la idea. La sociedad ya parece que ha asumido en general que esto es así, como en los primeros años 80 el cuerpo interiorizó que los salvajes de la ETA se llevaran por delante una vida casi cada día. Te haces a todo. Pero no es admisible. Esa gente que tiene 81, 82, 83, 92 y que ha caído este otoño -169 personas en noviembre; en noviembre de 2019 murieron en Navarra 472 personas, con lo que este noviembre solo a causa del covid ha muerto el 36% de esa cifra- no iba a caer este otoño. Igual 1, 2 o 5 sí, pero los demás -y los 133 que murieron en octubre y los 49 de septiembre- iban a vivir 1, 2, 3, 5, 10 años más. Mi abuela murió en 2015 a los 98 años. De los más o menos 92 a los 98 vivió tan contenta, con limitaciones y memoria de apenas unos minutos -la demencia en cambio le permitía recordar cosas de hace muchos años perfectamente- y sin siquiera enterarse que su hija -mi madre- ya no iba a visitarla porque había fallecido, pero vivió tranquila, feliz, conoció más biznietos, cosía, leía, comía, hablaba con nosotros y se dejaba mimar. Cuando estos meses veo cifras altas en años me acuerdo de que disfrutamos de nuestra abuela hasta el último día. Y que se la llevó a la tumba una caída 10 días antes de morir tras 98 años sin pisar un hospital. "Son muy mayores", oigo y leo a veces. Sí, claro. Si estuviésemos muriendo a ese ritmo los de 45, los de 35, los 25 y los 15 y 5 no habría un puto negacionista salvo los cuatro tarados que tocan por mera estadística ni nadie haciendo comentarios sobre lo poco que le quedaba ya a una vida ajena. ¿Qué es poco, cuando algo ya es todo?