l lunes me llegó por diversas vías a cargo de no menos de 15 personas el anuncio de que Bob Dylan y Universal habían llegado a un acuerdo de unos 250 millones de euros por el que El Maestro vende a la multinacional todo el catálogo de sus canciones. Les agradezco a esas excelentes personas y amigos su detalle, pero aviso: estoy en un grupo de enfermos del Maestro en WhatsApp. Cuando Dylan se levanta a las 8 de la mañana en su casa de Point Dume, Malibú, California, y se apresura a ir al baño, alguno del grupo ya lo guasapea: va a ir a cagar. Esto es, para cuando usted, buen amigo al que le agradezco el detalle, me pasa la información, en el grupo ya se lleva un buen rato hablando de ese tema y 15 paralelos. Así que, gracias, pero no pierdan su valioso tiempo. Dicho eso, me parece maravilloso que a punto de cumplir 80 años Dylan haya vendido los derechos sobre las regalías de sus canciones. No ha hecho sino convertir en líquido lo que dejado en herencia a sus hijas e hijos -tiene, mínimo, seis- hubiese supuesto un pollo de mil pares de hostias, amén de que cada cual gestiona su pasta y su obra como le da puñetera gana y en su derecho está. Uno de esos amigos me preguntaba -imagino que en broma- si Dylan se había vendido al capitalismo. Los cuatro abuelos de Dylan eran rusos -ucranianos y lituanos-, que emigraron a principios del siglo XX a Estados Unidos escapando de los pogromos antijudíos y en busca de oportunidades, así que imagino que sabe muy bien qué es o qué le han dicho qué es pasar miseria. ¿Vendido al capitalismo? Nació en él, creció en él y sigue en él, como el 99% de nosotros, población occidental. Venderse supongo que es otra cosa, que tiene más que ver con atropellar a los demás sin tasa para trepar en la escalera. Dylan ha generado su inmenso valor letra a letra y acorde a acorde él solo. Que haga lo que le salga de los huevos. Es El Maestro.