útbol y política son mala combinación, más que nada porque las masas sociales de los principales clubes son grandes y por eso entre sus aficionados hay de todo, así que los jugadores, por puro sentido común, deberían tener cuidado cuando se manifiestan en una línea u otra. Tienen todo el derecho del mundo a hacerlo, pero al ser una profesión que va muy ligada al club para el que juegas y a sus aficionados, es preferible mantener una cierta distancia con algunas cosas de la política del día a día. Es de primero de Primaria. Por eso -no comparo, solo enumero- nunca me ha gustado cuando jugadores o deportistas concretos se han manifestado a favor de determinadas cuestiones muy específicas en materia de excarcelación -hay encarcelados injustamente, otros muchos no- o solo han posicionado su peso en un lado de la historia cruenta de esta tierra y jamás en la contraria, menos jatorra y todo eso. Esto ha pasado aquí y también hemos tenido una grada que jaleaba barbaridades y decía barbaridades. No se puede obviar, como no se puede obviar que otra parte de la grada intentaba hacer callar eso y que alguna parte de esa misma grada jaleaba otras barbaridades. Esto fue muchos años un polvorín. Ahora no es así, ahora nos echamos las manos a la cabeza -justamente- porque un futbolista se pone la camiseta de un reconocido fascista, en una acción o tan despreocupada como idiota o, en el peor de los casos, tan consciente como criticable -por deplorable- por parte de los aficionados, libres como somos como él de opinar sobre eso. Dicho eso, creo que el Chimy sin más no sabía donde se metía, pero no es menos obvio que para algunos ha perdido enteros -para otros los habrá ganado-, de la misma manera que en el pasado quien se manifestó con ciertos temas ganó y perdió a ojos de según quien lo viera. Pero, vamos, que esto no es Disneylandia. Ni agua al fascismo, de ningún color.