na de las cosas que todos vemos que nos ha dejado por ahora la pandemia del coronavirus son los altercados y los incidentes callejeros, en un número e intensidad según los expertos muy superior a la época anterior a la pandemia y en general a las décadas anteriores. No sé, doctores tiene la iglesia, se suele decir, que estarán analizando causas y casos, pero el otro día en nuestras habituales quedadas informales de padres y madres en el parque infantil mientras se va haciendo de noche y se te criogenizan los pies comentaba uno de ellos que en esto también hay buena parte de imitación o moda. Y puede que tenga razón, que como algunos ven que, con cierto cuidado y cautela esto de los disturbios es bastante seguro, pues para allá que van. No lo sé, es complejo meterse en las cabezas de las generaciones jóvenes actuales y analizar qué lleva a algunos de ellos a tener una actitud de tan poco miedo o cuando menos respeto a enfrentarse a no ya solo la policía que te pueda caer encima sino a las consecuencias de lo que vas haciendo. Es costumbre cuando te vas haciendo mayor creer que lo que pasaba cuando eras chaval tenía más intensidad que ahora -lo que se llama no es que fuera mejor, es que tenías 20 años, eso echas de menos- y eso incluye la contundencia policial. Enseguida te saltan frases peligrosas y malas del tipo Esto Ansuátegui lo solucionaba en una semana, recordando al célebre y duro ex delegado del Gobierno en Navarra en algunas de las épocas más enconadas de la kale borroka. No la piensas como un deseo, claro, solo como una posible idea de a qué clase de autoridad se enfrentan los de ahora con respecto a los de antes o, más bien, a qué clase de miedos. Cada fin de semana por ahora es una retahíla de incidentes notable, al mismo tiempo que un reguero de escombros y restos que ni Atila y los Hunos. ¿Una fase que pasará o algo que ha venido para quedarse?