ace unos días que tengo ya más inmunidad que el emérito, aunque sigo a dos velas y Abu Dabi la veo en foto. Tras la primera dosis, la segunda y la de refuerzo el bicho entró por casa y nos tuvo a los tres con poca cosa o casi nada pero amarraditos. Como dicen que quienes tienen las tres dosis más el bicho pasado son poco menos que inmortales llevo media semana chupando barandillas y ayer hasta me tomé un café en taza en la cafetería. Después de casi dos años me supo a cerámica. Donde esté el cartón... Otra cosa que voy a hacer también es jalarme un bocata, ahí, a dos carrillos, cualquier noche que me dé por ahí. Y no mucho más, que soy de gustos sencillos. Lo que sí me pasará es que seguiré alucinando con exigencias tipo las tres dosis o similares para viajar por Europa o entrar en cualquier parte o lo que sea, a estas alturas, con la evidencia de que Ómicron ha infectado a un tercio de Europa o lo va a hacer y que más que ayudar con las tasas de vacunación la necesidad de un pasaporte covid para viajar es una aberración tanto científica como legal, de la misma manera que el pasaporte covid para bares apenas ha conseguido movilizar a unos poquísimos miles de jóvenes no vacunados que de haber pasado la enfermedad sin vacuna hubiesen tenido como mucho un catarro fuerte. Están bien -y así lo he dicho mil veces- todos los llamamientos a vacunarse, pero eso no tiene nada que ver con, en esta situación actual y en la que estamos hace casi dos meses de contagios casi masivos, imponer una serie de requisitos que rayan en la ilegalidad ética y real, por mucho que haya jueces que lo avalen. Esperemos que poco a poco, así como ha ido ganando el sentido común en las autonomías, pase lo mismo en Europa. Y que se vacune mucha gente, pero sin desventajas si no lo hacen. La pandemia de Ómicron no es la de Delta y por tanto la forma de hacer no puede ser una foto fija y caduca.