l polvorín de Moria ha estallado. Un incendio ha destruido el campamento de refugiados de la isla de Lesbos, un espacio para 2.500 personas donde malviven, o malvivían, 13.000, 4.000 de ellas niñas y niños. Al parecer el fuego se inició después de una protesta de refugiados que habían sido obligados a aislarse tras detectarse tres docenas de casos de covid-19. Esto ha provocado una huida en masa hacia la capital Mitilene situada a 7 kilómetros, estampida que las autoridades han pretendido frenar con un fuerte dispositivo policial. Lesbos tiene 86.000 habitantes y 20.000 refugiados.

A principios de julio volvió a Pamplona Fermín Artola, voluntario de la ONG Zaporeak, que llegó a Lesbos el 1 de marzo con la intención de estar un par de semanas colaborando en la cocina y se quedó cuatro meses. En una entrevista me contaba que en Moria hay una fuente por cada 1.300 personas y un baño para 200. Es enorme la frustración que supone para todas estas personas llegar a Europa y verse atrapadas en esta ratonera durante meses y años como consecuencia del acuerdo firmado en 2016 entre la UE y Turquía para frenar las llegadas por mar. El nivel de tensión y violencia es extremo. Me contaba que las mujeres no se atreven a salir de sus chabolas por la noche para ir al baño por el grandísimo riesgo de ser violadas y por ello muchas duermen con pañales.

Moria no estaba preparado ni de lejos para la pandemia. Desde el 23 de marzo las autoridades han mantenido el campo en cuarentena y han evacuado al continente a un millar de personas vulnerables. Eso es todo lo que han hecho. El resto ha sido obra del covid, el fuego y la desesperación.