l otro día vi el documental de El Drogas. Impresionante. Un relato con ritmo de videoclip cañero, que nos da a conocer a Enrique Villarreal y a El Drogas. A los dos.

Para el chaval aquel de melenas, flaco y feo, la Txantrea era su patria y sus colegas su tribu. La música se convirtió en su modo de gritar todo lo que llevaba dentro. Y conectó con toda esa gente de barrio, de tantos barrios, que también sentía rabia y ganas de vivir. Barricada llegó a Madrid y arrasó a principios de los 80. Vinieron años de éxito y después la ruptura de la banda cuando lo echaron de su propio grupo. Empezó entonces su nueva carrera. Renació. Pero además de todo esto el documental muestra lo más íntimo de Enrique: su relación con Mamen, su socia de toda la vida, que es como el cordón umbilical que lo ha tenido siempre pegado a su familia, a su gente y a su barrio; su entrada y su salida del mundo oscuro de las drogas; su relación con su madre y el alzhéimer; sus ganas de cuestionar siempre el poder establecido y ponerse siempre del bando de los perdedores; su faceta de padre y de superabuelo; de lector empedernido; de pacifista que reivindica que de vez en cuando hay que sacar la mano a pasear€

Con ese estilo tan personal, esa ropa de pirata ilusionista, ese andar torcido por un defecto de nacimiento en un ojo, y, a la vez, esa timidez casi casi de adolescente, ahora parece más un anciano amable y sabio que sabe de todo. Pero al mismo tiempo El Drogas sigue siendo energía pura en el escenario y fuera de él, y eso es, precisamente, lo que ha querido transmitir Natxo Leuza en este su primer largometraje, y realmente yo creo que lo ha conseguido. No os lo perdáis.