como bien sabemos, todavía hay personas en este país (quizá no muchas, claro, pero entre ellas algunas con cierto poder) que se atreven a negar no sin arrogancia (aunque tal vez riéndose por dentro) que Franco fue un dictador militar. Que fue un tirano. Que fue un criminal. Siempre hay negacionistas recalcitrantes para esto y lo otro. Y casi siempre lo son por interés, no nos engañemos. La Iglesia, por ejemplo, se negó durante siglos a aceptar que la Tierra daba vueltas alrededor del Sol. Lo gracioso es que excomulgaban y torturaban al que dijera lo contrario. En fin, se calcula que más de cien mil personas asesinadas por el franquismo siguen todavía hoy perdidas en fosas comunes y cunetas. Según Paul Preston, famoso hispanista, no hay equivalente en toda Europa respecto a la crueldad y duración de estas atrocidades. De hecho, España es el país con más desaparecidos del mundo, a excepción de Camboya. Como suena, ¿eh? Durante años, décadas, daba vergüenza pertenecer a un pueblo que permitía que el tirano siguiera en su palacio administrando sus crímenes. Luego dio vergüenza que fuera enterrado con honores. Luego dio vergüenza que con la excusa de evitar una segunda dictadura o una segunda guerra civil se exigiera y se pactara el silencio y la no reparación de las víctimas del tirano. Dio vergüenza durante años, décadas, y dio tristeza y asco que un estado que se autodenominaba democrático permitiera que el tirano estuviera enterrado en el megalómano mausoleo que él mismo mandó construir para su propia vanagloria bajo la cruz más grande del mundo. Durante años, décadas, la cruz más grande del mundo dio vergüenza por estar ahí y bendecir eso. Ahora al fin, tras décadas de vergüenza, tristeza y asco, el Tribunal Supremo dice que saquen de ahí sus restos y se los lleven. Háganlo ya, sin más teatro. A sus descendientes les diría: déjennos en paz de una vez, pórtense con un mínimo de decencia y, por favor, cállense ya.