uno de los más claros síntomas de que estás empezando a hacerte viejo es, supongo, que ya no te diviertes como antes. Todo te parece más serio. De repente te preocupa mucho lo mal que está el mundo: la baja calidad de la política, la incertidumbre económica y la incertidumbre de todo lo demás. Todas las incertidumbres. Pero el mundo siempre ha sido así. ¿Acaso ha dejado alguna vez el mundo de ser un desastre? Nunca, admitámoslo. El estado del mundo es siempre insatisfactorio y preocupante porque es el resultado más o menos inestable y provisional de un equilibrio de fuerzas que están en permanente conflicto. Conflictos: eso es lo que hay siempre con toda seguridad. La vida es conflicto. Piensa en cómo estaban las cosas en tu juventud. El mundo está ahí para desasosegarnos: ese es su principal cometido y desde luego lo hace bien. Además, los medios de masas, que son los que cada día componen el diseño de la realidad que les conviene, suelen indefectiblemente ofrecernos una visión global turbadora. Esta última semana, tres personas distintas me han dicho que han decidido no ver más los informativos de las cadenas de televisión porque les deprimen. En este sentido, la televisión es muy distinta a la prensa escrita: es mucho más perversa: se adhiere a la espectacularidad del mal: prefiere destacar lo truculento, lo estúpido, lo irracional. Pero ¿qué le vamos a hacer? La vida es así. La irracionalidad, la estupidez y la barbarie están y van a estar siempre ahí: intentando adueñarse una vez más del mundo. No podemos ignorarlas. Ni mucho menos fingir que no las vemos. Porque hay que combatirlas cada día. Y hay que combatirlas en primer lugar y especialmente dentro de nuestras propias cabezas. Ese es el verdadero campo de batalla. Ahí las barricadas.