ensé hacer el cambio de hora al revés. Atrasar las agujas en lugar de adelantarlas. Para ver qué pasaba. Para reírme, más que nada. Se tienen pensamientos extraños cuando se está mucho tiempo encerrado en un cuarto. Al final no lo hice. Me dije: total, ¿para qué? Pero ahora me arrepiento. Debería haberlo hecho. Cada vez me parece más valiosa la autoparodia. Simpatizo con quienes la ejercen de forma inteligente. Sobre todo en momentos así. Y me esfuerzo en imitarles, de hecho. Aunque sin éxito, naturalmente. A veces es triste no conseguir que se rían de ti. O sea, fracasar incluso en eso. Pero, ya que atravesamos una mala época, he pensado que debía intentar escribir una columna reconfortante. Hasta donde pueda. Así que me he hecho la siguiente pregunta: a nosotros, los seres humanos, ¿qué nos hace vivir? Está claro que bajamos de los arboles porque queríamos algo más, ¿no? Pues bien, ¿qué era? ¿Lo sabéis? Os lo diré. He pensado a fondo en ello y lo sé. Al menos tengo una teoría. Veréis: lo que de verdad nos hace vivir, lo que de verdad nos gusta y nos da ánimos para seguir adelante, son básicamente tres cosas: los mercadillos, el aperitivo y el teatro. ¿Podríais vivir sin alguna de las tres? Yo no. En esas tres cosas maravillosas radica el vuelo (si eso es posible) de la existencia humana. Pensadlo. El mercadillo, el aperitivo y el teatro. Hay que salvar eso como sea. El amor forma parte del teatro, no creáis lo contrario. Todo, en el fondo, es un poco teatro en esta vida. Y no ver eso es tristísimo. Porque si no te escribes tú el guion, te lo escriben. Y siempre es mejor autoengañarse uno. Digo yo. En fin, eso era todo. Esta ha sido mi columna edificante de hoy. Autoengáñate antes de que lo hagan otros. Stendhal decía que una bonita mentira sutilmente aderezada puede salvarte la vida. Los aperitivos y el mercadillo volverán.