ostará más o menos, pero la pandemia también se acabará. Supongo. Es decir, espero. Entre tanto, todos tal vez (cada cual a su modo, claro) imaginamos el mundo en el que irremediablemente vamos a tener que vivir a partir de mañana: los efectos secundarios de todo esto: las pérdidas: las nuevas formas y leyes de una realidad acaso peor. ¿No existe ya camino que me lleve al pasado?, se preguntaba Hölderlin. Y no, no existe, Friedrich, querido, sabes muy bien que no. Pero mira, ya están migrando las grullas. Y el año que viene volverán, te lo aseguro. Y yo volveré a leer tu bello poema y a evocar los dorados tiempos. Afortunadamente, aunque a menudo tendemos a obviarlo, el lector individual es mucho más inteligente, tolerante y sensato que toda esa ácida niebla de ruido denominada Opinión pública, a la que todos contribuimos inevitablemente y a nuestro pesar, y que, por lo general, enerva, angustia y adocena. Creo que era Chanfort el que decía que en determinados momentos históricos, la opinión pública es la peor de las opiniones. Yo creo que siempre. Y lo mejor que puede uno hacer con ella es no tragársela porque lo único que ofrece es una dieta a base de prejuicios, odios y terrores. Como decía, la persona individual es sentada y hasta amable si se le deja hablar de verdad y se le da tiempo. Lo malo es que cada vez escasea más eso: el tiempo para hablar. Los ritmos de acción se aceleran y da la impresión de que avanzamos improvisando y sin frenos. El ser humano on line, fóbico y masturbatorio, que se abastece de chismes electrónicos y juguetes virtuales, teletrabaja y todo lo obtiene con un clic, ¿está al caer? Puede que te repugne, pero ya ha nacido. De hecho, es una opción que empieza a seducir a unos cuantos. La pandemia acabará, pero nos va a dejar un mundo distinto. Muchos ya lo están imaginando con propósitos comerciales. A mí se me había ocurrido diseñar escafandras, pero bueno.