omo saben, se acaba de aprobar en el Congreso la ley de eutanasia. Pronto se aprobará también en el Senado. Esta vez sí. Enhorabuena a todo el mundo. Soy socio de DMD desde hace años y cada cierto tiempo he dedicado una columna a reivindicar ese derecho. Así que por fin lo celebro. Me parece un derecho elemental en el mundo de hoy. Y lo quiero para mí y mis amigos. Yo amo la vida como cualquiera, pero tras haber reflexionado mucho sobre ello sé que, cuando las cosas empiecen a ponerse demasiado repulsivas y demasiado siniestras, voy a querer decidir el momento de mi muerte. Y voy a querer que me asista el derecho a hacerlo en paz. De la misma manera que me considero dueño de mi vida, me considero dueño de mi muerte. Ya hay una amplísima mayoría de gente que piensa así. Eutanasia significa morir bien y se basa en el derecho de cada cual a decidir. ¿Quién estaría en contra de eso? Algunos (aunque no todos) líderes de ideologías ultraconservadoras o adheridas a formas de religiosidad reaccionaria e intolerante se manifiestan en contra de este derecho. Me recuerdan a Álvarez Cascos, que también vociferaba en contra de la ley del divorcio y luego mira. Después de la tercera boda le perdí la cuenta. Aunque sé que se volvió a separar. Qué tío. Con la interrupción del embarazo y el matrimonio gay hicieron lo mismo. Mucho fariseísmo es lo que hay. Mucho sepulcro blanqueado, según la expresión bíblica. El último sondeo de Metroscopia, de hace dos años, señalaba que más del 85% de la población española estaba a favor de la eutanasia. Cifras altísimas que demuestran que este es un asunto que ya ha trascendido los idearios de los grupos políticos. Los que aún se oponen, constituyen una minoría extrambótica. El tiempo pasa, es lo que tiene. Entre la población joven ya no se opone prácticamente nadie. De hecho, si les preguntas, se sorprenden. Pensaba que eso estaba aprobado ya hace años, suelen decir.