Recriminar a tu pareja que sea tan impulsiva cuando fue una de las cosas que te enamoraron de ella y dar un portazo al salir de casa dejando detrás de ti la tierra quemada. Gritarle a tu hijo como una loca cuando sólo ha tirado una vez más toda la taza de colacao y no hacerlo porque el colacao sea marrón y el sofá blanco y el suelo de madera sino porque en el trabajo has vivido una tensión nivel Def con Dos y habías conseguido no agarrar el lanzallamas hasta ahora. Incendiar la tarjeta de crédito con unas botas que a lo sumo te pondrás dos días en toda tu vida y por las que ayer no habrías pagado un euro. Calentarte y teclear 1.000 euros donde indica cantidad en una web de apuestas on line y salpicar a los tuyos de números rojos. Enviar al mismo centro de la propia mierda a tu amigo del alma cuando como mucho merecía que le tiraras por encima media cerveza caliente. Apartar a tu madre de la cazuela en la que está preparando su guiso tres estrellas Michelín porque se está empezando a despistar demasiado y se le está pegando la ternera al fondo y arrancarle de paso la autoestima y la ráfaga de felicidad que la atraviesa al servir a su prole. Cosas que hacemos en un mal momento. Abusar sexualmente de unos niños no es “un mal momento”, arzobispo Jaume Pujol. Si se demuestra, es un delito. Pero antes de eso, en el nivel de presunción, de acusación o de mera sospecha, ya es motivo para apartar a esos curas de su parroquia y de cualquier otra. A quien, como usted desde su cargo, imparte lecciones de ética y de moralidad ¿se le debe exigir que dé ejemplo? ¿Los disculparía también Escrivá de Balaguer? ¿Y las familias que envían a sus hijos a esas parroquias y a centros educativos del Opus Dei?