Hay personas a las que les hablas de sexo estos días y es como si lo hicieras de física molecular. Te miran igual. A las que saben de física molecular es como si les preguntaras por las audiencias de Tele 5. Parece que es normal, uno de los dos mil efectos secundarios de la pandemia objetiva y del estado mental ya completamente subjetivo en que nos coloca a cada cual. Leo ayer en este periódico que las ventas de anticonceptivos han disminuido un 11,4% por el confinamiento, la dificultad para obtener recetas y la reducción de relaciones sexuales en era de mascarilla y metro y medio de aire entre los cuerpos. El estudio de la farmacéutica HRA Pharma viene a poner en cifras que allá por abril y mayo, cuando no podíamos pisar calle salvo para visitar supermercado y contenedores, los centros de salud y la atención ginecológica no estaban como para darnos recetas de pastillitas. Y claro, acudir a la farmacia y compartir con toda la cola lo que estás pidiendo porque has tenido que vociferarlo para que la farmacéutica te oiga por encima de cajas apiladas, vallados y todas las barreras arquitectónicas que han interpuesto entre el mostrador y tu ser Disuade. A ti igual no, porque si quieres algo vas a por ello, lo sé, pero a otros sí. Vociferas además porque la farmacéutica ya no te puede leer los labios. La mascarilla está matando también los secretos. ¿Y la compra on line? Por lo visto no ha triunfado para los anticonceptivos. En esto los proveedores de Amazon y Aliexpress no son de fiar. Todavía. La cuestión es que el sexo se ha resentido. Por no tener a mano material antidisturbios, alguien con quien practicar aparte de uno mismo o ganas de hacerlo en estas incertidumbres. Nos pasa a todos. Quizá la clave esté precisamente en la física molecular, que va un poco de lo que estamos hechos, de la estructura atómica de la materia y de cómo interactúa con el medio. Quizá para que todo vaya algo mejor ayude seguir interactuando.