a cola serpenteaba hasta la calle. Todavía no para comprar las uvas de Nochevieja pero sí para llevarte unas granadas con la intención de despepitarlas vivas sobre la escarola. O las primeras fresas. Para esconderlas bajo una lujuriosa montaña de nata. O uno de esos cardos que puedes llevarte a casa cogidos del hombro mientras le cuentas las ganas que tienes de volver a ver a los amigos que van a cruzar mugas invisibles por tierra y aire dentro de nada. Cuando un hombre de barba exquisita y perfil romano terminó sus compras escasas y bien elegidas y volvió a envolverse en su bufanda de cachemir, le tocó el turno a ella. Vainas, patatas, tres cebollas, un puñado de mandarinas y un par de plátanos. Compra individual. Se le cayó la cartera abierta al ir a pagar y todas las monedas al ir a recogerla. Saltaron entre las cajas de madera y de plástico azul que levantaban torres por todas partes. La mujer delante de mí en la cola bramó de impaciencia. Llevaba reloj. En la muñeca y en el móvil. Los consultaba sin parar. Enviaba whatsapps, revisaba el mail, volvía a mirar la hora. En el mismo minuto. Recogió las monedas de entre sus pies con las mejillas enrojecidas de vergüenza mientras pedía perdón. Dos veces. Abandonó las que los nervios no le dejaron ver y la frutera las rescató para ella. Y cuando se las dejó en la palma de la mano junto con el cambio y el ticket y le sonrió con los ojos y una bajada de párpados, la hirió de muerte. Se echó a llorar mientras la mujer del reloj rezongaba algo ininteligible. Salió a la calle recolocándose la mochila. Retirándose el flequillo, secándose los ojos y teniendo que bajarse la puta mascarilla para sonarse los mocos. Se llama Ane. Tiene 46 años. Es auxiliar administrativa. Vive sola. No ha visto a sus padres hace dos meses. Va a poder hacerlo la semana que viene. Hasta que eso ocurra ni ha querido ni quiere quedar con ninguna amiga, con ningún amigo, con nadie. Tiene miedo. No se ha acercado a ninguna de las terrazas que han brotado como flores de invierno hace seis días. Nadie la ha tocado ni la ha abrazado en este tiempo. No le ocurre nada más.