El miércoles tocaba mitin de Vox en Murcia y José Antonio Ortega Lara, un señor que pasó 532 noches diarias bajo tierra en una nave industrial, secuestrado en un húmedo agujero de 3 metros de largo por 2,5 de ancho y 1,8 m de altura, donde apenas podía dar tres pasos y disponía de dos cuencos, uno para la comida y otro para hacer sus necesidades, que no pudo ver a su hijo de cinco años durante casi dos, que perdió 23 kilos, densidad ósea y masa muscular, que desde entonces padece estrés postraumático, trastornos del sueño, depresión y ansiedad, en fin, ese hombre fue recibido al grito de “¡Ortega, de vuelta al zulo!” Y no, no eran cuatro beodos los que le regalaron tan hermosa bienvenida, ni la noticia es un invento de la caverna.

No espabilamos, ni en cuerpo propio ni en el estadounidense, brasileño, húngaro y lo que te rondaré, morena. Aquí y allá, en lugar de aceptar que quizás la derecha montaraz tiene algo de razón al señalar ciertos problemas, y que lo suyo no es negarlos sino discutir las soluciones, la izquierda mediática y tuitera ha optado sobre todo por el modelo Wyoming, esa mirada altiva y canallita hacia el pueblo paleto, o por el modelo Willy, que en cada Mercadona encuentra un motivo para recrear el maquis. O sea, vaya descojono de viejas camino de misa o te arranco los ojos hijo de puta fascista.

Según parece no hay forma de enfrentarse a Santiago Abascal salvo reírnos de su caballo o asustarlo con su cabeza cortada. Y, sin duda, a corto plazo resulta más baratujo y molón obrar así que estudiar números y aclarar medias verdades. A la larga nos va a salir carísima tanta gracia displicente y ofensa gratuita.