Una multitud ha logrado en Portugalete expulsar a los okupas de la casa de una anciana de 94 años. No ha sido un partido extremista, ni una plataforma de matones, sino gente normal, trabajadora, vecindario hartísimo de leyes absurdas y teorías ebrias de esdrújulas. Una de las tragedias de la política y de su hermano vocero, el periodismo, es que salvo excepciones los charlatanes de uno y otro gremio pocas veces padecen los problemas sobre los que legislan y pontifican. Hay que poner la realidad en su contexto, esto requiere de una visión global, no cabe quedarse en la superficie, blablablá, pero no conozco un solo gurú con mando en plaza al que se le hayan colado unos desconocidos en el salón, hayan vendido sus recuerdos, se hayan metido en su cama y le hayan mostrado el ojete cuando entre lágrimas ha protestado.

Analistas plenos de clasismo intelectual tildan de cuñaos y demagogos a personas a las que, según parece, la supuesta falta de estudios incapacita para valorar con sentido común sus cuitas diarias. Con la identidad y el lomo a buen recaudo, tasadores de la dignidad ajena se permiten llamar racistas a víctimas que se limitan a contar que quienes les pegan el palo son unos chavales determinados, no una ristra de iniciales. Bomberos miopes tratan de aguar desde su piscina el cabreo del peatón clamando que más roban los bancos y las multinacionales, que es como responder a una violada que más violan los señores de la guerra. Una muchedumbre portugaluja ha hecho con Vitori lo que haría cualquiera con su abuela: defenderla. Eso que no ha hecho ni la justicia de unos ni la cháchara de otros. He ahí a los indignados.